José Ramos Bosmediano, miembro de la Red social para la Escuela Pública en las Américas (Red SEPA, Canadá), ex Secretario General del SUTEP
No solamente el Presidente actual del Perú, Alan García Pérez, sino también todos los representantes en los poderes del Estado, hasta las instancias de gobiernos regionales y municipales, juramentan el cargo ante la cruz del cristianismo católico y la biblia católica, presiden los más importantes actos públicos con tedeums y ritos similares del catolicismo. Tal es uno de los elementos culturales y políticos heredados de la colonia, siempre actual en toda la historia republicana del Perú.
Ante el crecimiento de ciertos grupos religiosos derivados del protestantismo europeo, principalmente evangélicos y adventistas, en los últimos años los gobernantes se han visto obligados a reconocer su respeto y su colaboración con dichas confesiones, a tal punto que, en el artículo 50 de la Constitución política vigente desde 1993, se ha incluido una segunda parte dedicada al reconocimiento del Estado a las "otras confesiones religiosas". Agreguemos que en las zonas donde los israelitas del desaparecido Ataucusi tienen hegemonía, su religión se ha convertido en la premisa de la educación de los niños en las escuelas públicas.
Aunque alguien diga lo contrario con el argumento de que hay libertad de pensamiento y de culto, el Estado peruano no es laico, ni imparcial frente al confesionalismo religioso. El artículo 50 de la Constitución vigente, en su primera y medular parte, no dice que el Estado es laico, como debiera decir, sino que, en forma eufemística, proclama el confesionalismo cuando establece que "en un régimen de independencia y soberanía" el Estado respeta y reconoce a la Iglesia católica por su legado histórico y cultural en el proceso de nuestra historia, agregando la obligación de colaborar con ella.
El hecho de que Alan García Pérez, personificando a la nación, asista con su último hijo a la procesión del llamado Cristo Morado, no es sino la prueba más fehaciente de la unidad entre Estado y religión. Si otra religión fuera la hegemónica en el Perú, su autoridad presidencial también se inclinaría ante ella, no principalmente para expresar su devoción, sino para apoyar mejor su cargo político en la multitudinaria religiosidad que el catolicismo ha logrado acrecentar a partir del dominio colonial. Quienes se quejan, ingenuamente, del "aprovechamiento político" de la procesión del Señor de los Milagros (véase: "Espiritualidad morada", Augusto Álvarez Rodrich, en La República de Lima, 21/10/2010, p. 8), no plantean el tema sino como un problema de aprovecharse o no aprovecharse de la naturaliza del Estado confesional, ignorando el hecho de que precisamente por eso y para eso ha sido redactada la Constitución en los términos del artículo 50 aludido.
El Estado laico como una conquista democrática moderna
El laicismo, es decir, la separación política y cultural del Estado con las confesiones religiosas, es una de las conquistas democráticas del mundo moderno, de las revoluciones burguesas europeas, principalmente selladas con la revolución francesa de 1789, que liquidaron, en gran parte, un largo período de dictadura espiritual de la iglesia católica, pero que se enfrentó también a las nuevas confesiones salidas del protestantismo. Esta conquista democrática como expresión de la libertad de pensamiento, derivó, como se sabe en el establecimiento de la educación laica, no confesional, cuya plasmación en los países latinoamericanos fue desigual, pues mientras en algunos de ellos la educación laica fue establecida por los nuevos gobiernos republicanos, como en México por ejemplo. En otros, como es el caso del Perú, la educación confesional católica fue el signo de la educación colonial y republicana. Por supuesto que la dictadura de la burguesía no fue consecuente del todo con la educación laica, pues cuando le fue necesaria la alianza con las clases derrotadas, apeló también al papado para fortalecer su poder.
Nuestro país, qué duda cabe, ha sido gobernado de la mano con la iglesia católica; y el sistema educativo confesional no solamente expresa esa situación, sino que abona a su reforzamiento desde la escuela. Pero es la educación no formal, como la que se expresa en la conducta de los gobernantes frente a los ritos religiosos, la que difunde mejor el confesionalismo político que estos días se extralimitó con la presencia del Presidente García y su hijo Danton, nombre que no honra al revolucionario francés que impulsó, con Robespierre, esa gran revolución moderna y la creación de la escuela pública democrática, gratuita, universal, laica, politécnica y popular.
Si el Estado peruano fuera laico, Moseñor Cipriani y Rafael Rey no podrían intervenir fácilmente en asuntos que sólo competen al Estado, como la política educativa o la política de planificación demográfica. Ni en el pasado (23 de mayo de 1923) Monseñor Lisson se hubiese atrevido a consagrar al Perú al Sagrado Corazón de Jesús para salvar al gobierno de Augusto B. Leguía. La actuación de Haya de la Torre en contra de esa consagración se explica porque en esos momentos el joven líder estaba transitando aún por el camino del pensamiento liberal imbuido del jacobinismo de la revolución francesa y de la influencia del anarquismo libertario de don Manuel González Prada, postura que, finalmente, abandonó. La posta de esa involución ha sido recogida por el Presidente García y por todos los líderes del APRA, expresándose en su más pacata concreción con la reciente aprobación de la Ley 29602 que declara al Señor de los Milagros "Patrono de la Espiritualidad Católica del Perú". ¿Ese es el valor que el nuevo Ministerio de Cultura promoverá en el Perú?
Laicismo y educación
Aunque el laicismo, por sí mismo, no significa una solución al problema de nuestra crisis educativa, en el proceso de la conquista de un nuevo Estado, por ende, de una nueva educación, la educación no confesional o laica forma parte del contenido científico de la educación, del desarrollo de una personalidad libre de ataduras espirituales, de la formación en los valores humanos, científicos, sociales, éticos y estéticos para la plasmación de una personalidad autónoma y no heterónoma.
Está claro que una nueva educación de contenido no confesional supone, como premisa política, un Estado laico. Con el Estado confesional que tenemos, toda la interculturalidad que tanto se pregona hoy carece de sustento, pues la cultura dominante, la burguesa criolla, tiene en el confesionalismo uno de sus soportes espirituales más importantes para seguir subyugando a las poblaciones campesinas e indígenas, cuando no a las poblaciones medias de los centros urbanos.
Este tema planteamos y discutimos con los maestros loretanos durante los seminarios para la elaboración del proyecto educativo regional de Loreto, desde el 2009 hasta el presente año, observando que el conocimiento del asunto es muy débil, pues el peso mayor lo tienen la fe, la creencia, la confesión religiosa consolidada por siglos de educación confesional en el Perú.
No se puede desconocer que gran parte de la educación privada tiene su fuerza material de lucro en la educación confesional que, según sus mentores, garantiza una moral elevada, aunque mirando bien el comportamiento de los gobernantes, desde arriba hasta abajo, su moral deja mucho que desear: que lo digan los fujimoristas y apristas, para citar sólo a los más visibles representantes de la moral forjada en la doctrina religiosa.
Una nueva Constitución y una nueva República tienen también su plasmación en la definición laica del Estado y en el correspondiente sistema educativo no confesional.
Trujillo, octubre 21 del 2010
Ley 29602, que declara al Señor de los Milagros como "Patrono de la Espiritualidad Religiosa Católica del Perú",