lunes, 15 de febrero de 2010

CHILE HOY: EL NEOLIBERALISMO GALOPANTE

 

 

               José Ramos Bosmediano, educador, miembro de la Red social para la Escuela Pública en América (Red SEPA, Canadá), ex Secretario General del SUTEP (Perú).

 

Desde 1990 al 2010, es decir, desde el gobierno de Patricio Aldwin al de Michelle Bachelet, el capitalismo neoliberal que impusiera la criminal y corrupta dictadura de Augusto Pinochet con su DIMA y el patrocinio de la CIA de los Estados Unidos, se ha consolidado en Chile como un modelo natural de pensar y actuar la vida económica, social y cultural.  Con algunos retoques formales a la Constitución de Pinochet, la Concertación, el partido de la unidad entre socialcristianos y socialdemócratas (Partido Socialista de Chile), no hizo más que mantener el modelo de la liberalización de la economía, la desregulación laboral como mecanismo para elevar la tasa de ganancia del gran capital, el abandono de la educación y la salud públicas, la invasión de los territorios indígenas para que los consorcios capitalistas de la minería, la economía forestal y la hidroeléctrica establecieran su dominio sin ningún beneficio para más de un millón de poblaciones indígenas, cuyos líderes sufren la persecución y la cárcel.

No es casual que, en ese contexto de supuesta "democracia ejemplar" de la que nos hablan no pocos periodistas y "analistas políticos", el nuevo Presidente de Chile para el período 2010-2014), Sebastián Piñera, haya acrecentado su fortuna personal hasta sobrepasar los mil millones de dólares y convertirse en jefe de consorcios capitalistas, uno de los cuales, LAN, se ha apoderado de los cielos peruanos, manejando los precios de los pasajes a su antojo.  No pasan, en Chile, de cinco consorcios que monopolizan el poder económico en ese país, situación que la democracia burguesa de la Concertación ha garantizado en 20 años de administración gubernamental.

Disputa electoral entre neoliberales

La mayoría del pueblo chileno, en las recientes  elecciones generales  que dieron el triunfo a Sebastián Piñera, fuera de las dos más importantes  -aunque minoritarias- fuerzas de oposición (comunistas y disidentes de la Concertación), no percibía, en realidad, si votar nuevamente por el candidato de la alianza gobernante era mejor que hacerlo por el magnate capitalista.  Entre Frei y Piñera no estaban en disputa dos alternativas programáticas diferentes desde el plano de la orientación del Estado neoliberal.  Se trataba de dos fuerzas políticas que se disputaban manejar un mismo Estado, una misma economía (de mercado), un mismo esquema administrativo.  Sus diferencias, escasamente percibidas por su intrascendencia, residían en los reacomodos y cambios que podrían hacerse para consolidar más lo existente.  En el caso de la concertación, para "humanizar" un poquito más el neoliberalismo; en el de Sebastián Piñera, para asumir directamente el manejo de la maquinaria estatal y aumentar las posibilidades de mayor enriquecimiento de los grandes capitalistas, nacionales y extranjeros.   

Si en veinte años de gobierno consecutivo la Concertación no había hecho otra cosa que garantizar las ganancias capitalistas con estabilidad jurídica y "paz social", ¿para qué seguir insistiendo en su continuidad si los beneficiarios más directos, con Piñera a la cabeza, podían también hacer lo mismo, y tal vez mejor?  La simpatía que generaba Michelle Bachelet no emanaba de su inexistente opción socialista, sino de su comportamiento político aséptico, inocuo, concordante con el espíritu conservador que ha creado el pragmatismo neoliberal en Chile, lo que ha llevado al escritor Jorge Edwards, otrora Embajador del gobierno de Salvador Allende, adherirse a la candidatura de Piñera, uniéndose a la campaña de Mario Vargas Llosa, ariete intelectual de la derecha neoliberal en América Latina.

Al no haber modificado las relaciones sociales de producción en Chile, creando mejores condiciones de vida para más de cinco millones de pobres, incluidos más de un millón de indígenas excluidos de las "bondades" del crecimiento del PBI bajo la égida de la economía de libre mercado; al no haber resuelto la crisis de la educación ni mejorado el servicio de la salud pública; ni haber elevado los salarios para las masas trabajadoras de la ciudad y del campo; en suma, incapaz de producir en Chile un cambio de régimen económico y social,  la Concertación había perdido toda la autoridad que había ganado en 1990 cuando derrotó al pinochetismo.  Su agotamiento era evidente, inobjetable, incluso perceptible en la propia candidatura de un Frei que renacía de las viejas cenizas conservadoras de su progenitor, ex Presidente Eduardo Frei Montalva.  La nueva candidatura coincidía perfectamente con un partido que venía actuando por inercia, sin la iniciativa suficiente para crear un orden nuevo en Chile.  Al no dar la Concertación una imagen de verdadero cambio, Piñera introdujo su demagógica "alianza para el cambio", sugiriendo que el "cambio" de Lampedusa es el mejor truco para buscar la perduración del neoliberalismo.  Piñera no hizo más que invertir sus millones para superar la campaña de la Concertación, llegando a comprar su propia maquinaria para fabricar su propaganda.  Ahora viene, como ya es costumbre en las democracias burguesas del mundo, la recuperación del gasto realizado en la campaña electoral.  La promesa de vender sus acciones empresariales y poner sus propiedades en administración de terceros no pasa de ser un truco, también empresarial, para engañar a quienes quieren ser engañados.

¿Y los neoliberales peruanos?

Están batiendo palmas.  Las mismas elecciones chilenas han sido consideradas como "ejemplares", pasando por alto los intereses capitalistas que se disputaron el control directo del Estado.  No voy a mencionar a los columnistas abiertamente neoliberales de "El Comercio" y "La República", cuyas valoraciones del proceso electoral chileno van de la mano con su adhesión al proceso de su economía neoliberal.  Pero es significativo referirme a la valoración que hace Hugo Neira, reconocido autor de trabajos sociológicos y ex funcionario del actual gobierno aprista, en su artículo "Piñera, entre la polera y la corbata" (La República, 11/2/2010, p. 10), afirma que "Eso es Piñera, quiere a los mejores, acaso porque él mismo es un sobresaliente. Y nos olvidamos de subrayar que fue senador".

La valoración que Hugo Neira realiza a favor de Piñera es profundamente individualista, inspirada, qué duda cabe, en las concepciones del mérito estrictamente personal para la conquista de una situación privilegiada en un contexto social determinado, como es el caso del ambiente neoliberal del Chile de los últimos 40 años.  Como no tiene otra explicación, Neira menciona la formación profesional de Piñera en Harvard, universidad estadounidense que, al decir de Noam Chomsky, forma mentalidades atadas al libre mercado y con un lenguaje adecuado al sistema pragmatista de pensamiento.  Aunque diga que no todos los que pasan por Harvard son millonarios ni todos los millonarios estudiaron en Harvard, Neira sitúa a Piñera como a una especie de cabeza de una burguesía nacional chilena con una gran capacidad de trabajo ("Reuniones de tres horas, cuatro por semana", dice Neira, para luego agregar que Piñera está buscando a los mejores entre millares de currículos profesionales: "Eso es Piñera, quiere a los mejores, acaso porque él mismo es un sobresaliente", etc.).  ¿Y qué empresario no dedica su tiempo a cuidar sus intereses?  ¿Qué gobernante no selecciona  cuadros burocráticos  a su medida, como lo hizo también Pinochet en Chile, o como ha procedido Obama recientemente?  Una valoración centrada en el mérito individual, al margen de los intereses que defiende un gobernante, carece de rigor y hasta de prudencia, pues los hechos posteriores demostrarán que ese "meritorio individuo" no ha hecho más que cumplir el papel que su clase le ha exigido y permitido en un momento dado de la lucha política.  En el caso de Piñera, se trata de resolver el estrangulamiento de la economía chilena y la recuperación del dinamismo del modelo neoliberal para impedir una crisis mayor que ponga en ebullición la hoy anestesiada lucha de clases en ese país.

No está demás considerar las ilusiones ingenuas de los gobernantes peruanos sobre las mejores relaciones que entre el Perú y Chile nos depara el gobierno de Piñera.  Se olvida que la burguesía Chilena, con la Concertación o sin ella, con Piñera o con otro Presidente, tiene, históricamente creado, un espíritu expansionista y militarista, de nacionalismo chauvinista, además de racista.  Mientras que las clases dominantes peruanas carecen de espíritu nacional y toda su esperanza de "buena vecindad" deposita en la "buena voluntad" de los países limítrofes.  El ingenuo (¿ingenuo?) llamado del Presidente Alan García a no seguir comprando armas carece de fundamento real, y refleja, en gran medida, la presión de las inversiones chilenas en el Perú, que tienen como socios menores a ciertos empresarios peruanos.  Como hay una incapacidad de proyectar un país soberano y desarrollado, se busca una salida defensiva, discordante con la tendencia actual que promueve Estados Unidos con el TIAR y con sus bases militares en Colombia.  La burguesía chilena sabe lo que hace, y lo que quiere.   Los gobernantes peruanos proyectan su entreguismo en propuestas no solamente ingenuas, sino defensivas de la peor especie, hasta llegar al derrotismo.  

En Chile como en el Perú, las masas oprimidas buscan una alternativa diferente a la que hoy ofrecen las clases dominantes en cada país.  Ni Piñera, ni García, respectivamente, responden  a los intereses genuinos de ambos pueblos.

Lima, febrero 15 del 2010

http://vanguardia-intelectual.blogspot.com

 



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